La Patata Tórrida


¿PUEDE HABER EN EL MUNDO ALGO MÁS DESPRECIABLE QUE LA ELOCUENCIA DE UN HOMBRE QUE NO DICE LA VERDAD?
Thomas Carlyle


Arriendo Departamentos en Valparaiso

domingo, 27 de marzo de 2011

Obama: la muerte de un mito.

Barak Obama en Chile
marzo de 2011
Muy semejante a la creencia popular de que, con la ascensión de un Papa negro al trono vaticano, el mundo deberá enfrentar cambios extraordinarios - si no, el principio del fin -, así también, la llegada de un hombre  negro a la presidencia del país más poderoso del mundo, en la persona de Barak Obama, creó  el supuesto de un trastorno poco menos que revolucionario, e instaló el espejismo de nuevos espacios para las minorías,  especialmente en el encuentro  del coloso país, con los pueblos al sur del río Grande.  Mientras  el primer supuesto está rodeado de supersticiones, el caso del político negro convertido en presidente de los  Estados Unidos de América, no pasa de ser un episodio anecdótico para diletantes o aficionados a las paradojas políticas y culturales. Lo demostró su visita a nuestro país, donde después de un descomunal y desacostumbrado aparataje de seguridad  y 20 horas de discursos y homenajes, no ha quedado nada que pudiera  considerarse más trascendental que otros episodios del pasado, con los mismos protagonistas. Quizá si la cima más alta alcanzada por una idea suya en Santiago, haya sido la frase: “La democracia no se puede imponer desde afuera, tiene que ser desde el interior”. Idea completamente revolucionaria, viniendo de un político estadounidense. Sin embargo, los chilenos pudimos constatar que el presidente norteamericano, más allá del color de su piel,  es el remedo de la política tradicional de Estados Unidos con los países del sur, donde se cuidó de venerar la seguridad, de promover la colaboración económica,  aparte de reconocer verdades tan obvias como que en nuestra región “perduran abismales desigualdades” y “el poder político y económico con demasiada frecuencia está concentrado en las manos de pocos”; y se preocupó de exaltar hábilmente (por omisión) el desdén para con los rebeldes (Ecuador, Venezuela y Bolivia), poniendo en tela de juicio el respeto por lo distinto y por la independencia de los pueblos.  Al revés, su presencia viene a reeditar el modus operandi tradicional de la política norteamericana hacia sus vecinos del sur. Hijo de madre blanca, hay que reconocer que Barak Obama no es un negro comprometido con la raza negra de Harlem. Antes lo es de la clase culta norteamericana; y él mismo es parte del poder de la maquinaria burguesa estadounidense. Formado en su seno, tiene las mismas obligaciones fundamentales de un blanco: respetar el status  vigente y luchar por mantener la hegemonía de su país en el mundo. Pero al revés de su antecesor, es justo reconocer que  trajo consigo un arma vieja y noble como es la palabra, de modo que, por lo menos, en términos relativos, le ha devuelto la serenidad   de acción al cargo de Presidente de los Estados Unidos. Mal informado y desconocedor de la sensibilidad de los chilenos sobre la cuestión de los derechos humanos,  al ser preguntado por su posición respecto de la colaboración de su país en las investigaciones sobre el presunto asesinato del ex presidente Frei Montalva, y de la muerte de Salvador Allende, ni  siquiera se la jugó por los matices, sino que simplemente nos informó de la conveniencia de dejar atrás esas dolorosas experiencias y centrarse en el  presente. Quizá si las minorías raciales y los pueblos originarios, esperaban que asociase  esos derechos a los suyos, y los propusiera como tema de redención en todo el hemisferio (¡oh,  decepción!). Aquel desliz constituyó sin duda una flagrante e incómoda contradicción, puesto que, abogando por una nueva era de alianzas, se manifestó por la democracia y a favor del respeto de los derechos humanos. Obviamente, cayó en la trampa de saltarse un paso obligado para hacer  viable tal pretensión: que no hay cultura ni aprendizaje de derechos humanos posible,  sin la memoria permanente de los crímenes de lesa humanidad. Pero, Obama es parte del sistema.  Llegó al gobierno precedido de una impronta asaz cautivadora para las masas; capaz de soltarse la corbata y desabotonarse la chaqueta, para ofrecerle a esa muchedumbre de negros, latinos y caucásicos, que finalmente le dieron su voto, promesas incumplidas, como rejuvenecer la política vieja y trasnochada, con olor a pólvora  del hombre blanco; o regresar la política estadounidense, de la  vejez a la juventud. De hecho ofreció la realización de un sueño imposible: una especie de reconversión  para abrazar la limpieza de procedimientos en sus relaciones internacionales. Algo así como recuperar la inocencia, después de la gestión de Bush. Pero, ¿qué ha quedado para nosotros detrás de esta visita? Nada que no sea una sensación de frustración y sentimientos de duda.

miércoles, 2 de marzo de 2011

John Galliano, un necrófilo de estirpe moderna. Expulsado de la casa Dior por sus declaraciones antisemitas.



El notable artista inglés, empleado reputado  de Dior,  es el prototipo perfecto del necrófilo descrito a partir de las teorías freudianas  de la primera mitad del siglo XX, y las innovadoras experimentaciones de Eric Fromm  años más tarde. John Galliano, amante de la muerte  y de sus ejecutores más violentos (léase su amor por Hitler), padece, sin duda, de un desarreglo psíquico que lo coloca en un rango potencialmente peligroso  para el normal desarrollo de la convivencia civilizada. No en balde, el diseñador fue sorprendido diciéndole a dos mujeres francesas, a las que, presumiblemente, tomó como judías: "Gente como ustedes estarían muertos hoy - sus madres, sus antepasados serían metidos a la cámara de gas". A esto se agregó un video en el que asegura “adorar a Hitler”, lo que trajo una explosión de reacciones  en su contra  que terminó con su despido definitivo de la casa de alta costura Christian Dior.
Probablemente, una auscultación rigurosa sobre la personalidad de Galliano, nos daría la clave del origen de sus devaneos racistas.  Debido a que negó tajantemente sus dichos antisemitas en un café parisino, circunstancia en que algunos testigos aseguraron que estaba algo ebrio, parece ser que este hombre iluminado del arte, tendría una nebulosa mental que lo haría olvidar sus agresiones verbales con la misma facilidad con que oculta su verdadera naturaleza, al amparo de su formidable capacidad creadora. Es notable comprobar cómo este necrófilo posee todas las características que dibujan la enajenación de los amantes de la muerte, tales como los dictadores o asesinos más crueles. Si bien es cierto, este hombre no ha cometido crimen alguno, lo concreto es que si no fuera porque transforma sin saberlo, sus energías destructoras en un desborde generoso de acción productiva, es probable que bajo otra condición ciudadana lo viéramos enarbolando pancartas contra los inmigrantes o encabezando movimientos fascistas en cualquier calle de Europa. Desde luego, siguiendo la interpretación de los psicoanalistas, y los códigos de la necrofilia, su color favorito es el negro; amante del orden hasta las últimas consecuencias, su arte se basa en  los datos  que ostentosamente le ofrece la antigüedad clásica. Como genio del diseño de la alta costura, su amor por el retrato de los períodos históricos, constituye el sello de su estilo, que mira al pasado como si quisiera levantar a los muertos de sus tumbas. Tiene un amor genuino por la belleza física, la que él contrasta violentamente con la fealdad concurrente de un entorno normal, y a la que es capaz de rechazar en público. Posee un rostro severo y ceñudo que se expresa en una constante mueca de desprecio que, inequívocamente, transita hacia el fastidio, como si estuviese oliendo heces. Así, y vistiendo de negro, se presentó a la policía de París la mañana que fue detenido por sus declaraciones antisemitas. Bien, todos estos elementos descriptivos de la personalidad de John Galliano, concurren a la exposición de lo que los psicoanalistas denominan necrofilia, a la que se suman el narcicismo y una suerte de fijación incestuosa en la madre. Aunque dichos elementos pueden estar adormecidos en el artista, conforman una aproximación psicológica inexcusable. Las crónicas dicen que su  interés por la moda nació bajo la insistencia de su madre  – el hilo conductor de una estructura anómala-, una andaluza  llamada Anita, que se desvelaba por que su hijo vistiera de modo impecable los días domingo; y que luego, lo llevó a elegir su destino como diseñador, con todo el peso de su influencia. El supuesto narcicismo estaría demostrado en el deleite que le provoca  a Galliano, su propia obra como espectador en las pasarelas, en un acto  maravilloso de transposición de su ego. Eso sugieren las escasas noticias sobre su desarrollo como persona, lo que apenas alcanza para dibujar el enigma de una estructura mental que hoy, no constituyendo una rareza, nos perturba –y nos asusta como ciudadanos del mundo.

NataliePortman, rostro de Christian Dior, ganadora 
de un Oscar a la mejor actriz en Black Swan, asqueada,
aseguró: "No me asociaré al señor Galliano de ninguna
manera".