Folia mortua *
Se trata de las hojas
muertas
esparcidas en el suelo
como metáforas del ser;
detritus vegetal de las
conspicuas ciudades del planeta
y víctimas azarosas del discurrir,
cuando barren sus despojos;
huellas desconsoladas de
la historia humana
desnudada por el viento.
Son las hojas viejas que
tapizan de melancolía
los espacios hibernales del
hombre;
en los bancos de las
plazas, en los patios,
en las veredas de las
casas que habitamos;
en las calles que
transitan apenas los abuelos,
ellos y ellas en el frío.
Sustrato de la
existencia,
remedo metafísico;
aliento medieval de los juglares
muertos,
y lectura obligada de los
contemplativos
que las siguen ahítos de
nostalgia,
temerosos de perderlas
para siempre
en los desagües calle
abajo.
Empero, se dice que, las
hojas muertas,
recogidas y cosidas a
mano por los editores del tiempo,
se conservan en mamotretos
murmurantes del pasado
–el secreto mejor
guardado en las alcaldías del mundo–,
donde poetas y filósofos transmigran
en sus líneas;
mientras los amantes las
hollan bajo la lluvia,
en el crepitar sordo de un
amor desordenado.