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Explorando una salida
soberana al mar para Bolivia
8 de febrero de 2012
15:11
Los tiempos que corren lo reclaman. Es la hora de iniciar
conversaciones concretas entre Chile, Perú y Bolivia para que ésta última
acceda definitivamente, y en forma soberana, al mar Pacífico. Conversaciones no
ya del modo bilateral, puesto que esa forma de relación ha demostrado conducir
a ninguna parte, como lo comprobó Bolivia en 132 años de riguroso empeño. Su aspiración
es conseguir un corredor bajo su plena soberanía, de unos 10 kilómetros de
ancho que, extendido desde su frontera con Chile, alcanzaría unos 160 kilómetros del
actual territorio chileno.
Para hacer realidad acuerdos como este, que inevitablemente deben
pasar por Arica, se requirió siempre el visto bueno de Perú. Es decir, hoy,
para solucionar el problema, se necesita deshacer el intríngulis creado ex
profeso por el tratado de 1929, en que Chile habría puesto un candado al mar
para Bolivia y dejado las llaves en manos de Perú, con la presumible intención
de ambos de mantener en punto muerto el actual estado de cosas.
Una solución original y realista exige crear y explorar
condiciones prácticas y jurídicas que los involucren a todos, como sería una
cesión territorial de doble finalidad, con compensaciones equivalentes para
Chile, la que podemos denominar “cesión abierta de territorios acordada
tripartitamente”. Un arreglo a la medida de un vecindario de relaciones muy
poco ortodoxas.
En el estratégico patio de esta parte de América del sur,
conviven en la desconfianza un perro, un gato y un ratón. Son Chile, Perú y
Bolivia, que conforman una tríada de Estados hermanos, cuyos desencuentros
hacen que esta animalización, sin ser peyorativa, dibuje meridianamente, el
paisaje psicológico de este verdadero drama americano.
Entre 1904 y 1929 el gato astuto se quedó con la llave de aquel
candado y el perro con el problema, mientras el ratón, deseoso de saltar al
mar, se quedó con un precario permiso de libre tránsito. Por eso hostiga al
perro para que obligue al gato a soltar la llave, y con ella alcanzar el
anhelado enclave marítimo. El ratón, perseverante, ha reconocido en los
actuales tiempos su oportunidad para saltar al mar. Son horas de superación de
los prejuicios y las injusticias; de respeto por los derechos humanos y
culturales de las sociedades; tiempos de espacios abiertos y comprensión del
otro como hermano para alcanzar el desarrollo. Por eso, el perro, firme en su
liderazgo, está dispuesto, como lo demostró en el pasado, a buscar una
solución, y el gato acecha para no sentirse perjudicado, ante la eventualidad
de un arreglo entre el perro y el ratón, en tanto, éste amenaza, sin destino
posible, golpear las puertas de la justicia global ¿Qué hacer?
No en vano, el gato –con el tratado de 1929 debajo del brazo–
sostiene enfático: “No puedo ceder en algo que era mío, es decir, no puedo
aceptar que el ratón recupere territorio a mis expensas, por eso tengo la llave
del patio que me protege el orgullo y mi derecho a soñar”. El perro en cambio,
argumenta: (a sabiendas de que no tener la llave del patio sólo le da una
operatividad relativa): “El ratón tiene plena libertad para asomarse al mar y
practicar comercio; luego, continuaré perseverando en ofrecer soluciones al
ratón”. Y el ratón dice: “necesito convencer al gato para que apruebe mis
negociaciones con el perro. Entonces aceptaría el canje de territorios que
propone el perro, de los cuales estoy dispuesto a entregarle una parte al gato,
previo acuerdo tripartito de todos los involucrados”. He aquí en teoría,
desatado el nudo que estrangulaba la integración.
La solución, entonces, yace en la recurrencia a las
compensaciones territoriales, en la que Bolivia deberá ceder el equivalente de
los territorios que Chile le otorgue al norte de Arica, en tanto (novedad
absoluta de esta moción), mediante un pacto de acuerdo tripartito original, le
entrega al Perú parte de lo cedido por Chile, como una forma de resarcirlo,
puesto que –leyendo los sentimientos de ambos– Perú siente como suyos los
territorios perdidos en la guerra del Pacífico; y de paso, Bolivia pagaría
aquella deuda ética que asumió con el Perú al abandonarlo apenas iniciado el
conflicto. Todo dependerá entonces, de cómo Bolivia asuma el sacrificio de cargar
con el peso del pasado; y de cómo valore una oferta que la pone ante el desafío
más grande de su historia.
Luego, cartografiando la solución, Bolivia fija límites costeros
con Perú por el norte y con Chile por el sur, en tanto le cede a éste,
territorios al suroeste del altiplano, equivalentes en su totalidad a los
cedidos por Chile, sin perjuicio de explorar otras variables. Así, en el pleno
ejercicio de su soberanía, Chile procede a legitimar un acuerdo de
trascendentales consecuencias, con la convicción de haber aportado a la paz y a
la integración latinoamericana en forma generosa, justa y creativa, sin ceder
un ápice en sus derechos históricos y jurídicos. ¿Por qué no?