Una vileza histórica,
a propósito de Krasnoff y Rojas
27 de noviembre de 2011
11:02
POR GONZALO RIOS
En una apología del terrorismo de Estado, el columnista del El
Mercurio, señor Gonzalo Rojas, sostiene que el caso Krasnoff viene a responder
a una necesidad, cual es, que haya conciencia histórica de que los
muertos, desaparecidos y torturados por el Estado terrorista de Pinochet
lo fueron por el bien de Chile. Esta falaz y cobarde afirmación revalida la
postura de que la violencia fue anterior al golpe de estado de 1973 y tuvo
caracteres sistémicos, lo que preparó el odio irracional de la dictadura. Omite
por cierto, el asesinato del general Schneider, en un intento por desbaratar el
ascenso al poder de Salvador Allende, en octubre de 1970. Claro, porque para la
derecha había violencia en la imposición de la reforma agraria, en la
nacionalización del cobre, o en la estatización de las empresas estratégicas
como el agua y la electricidad. Era violencia desafiar al Estado
convocando huelgas para mejorar las condiciones de vida de los
trabajadores, y para eso, los militares estaban preparados, como afirma con
sublime bajeza, el señor Rojas.
Preparados, por ejemplo, para ametrallar a 3 mil personas, entre
trabajadores, mujeres y niños, aquella tarde de diciembre de 1907, que pedían
mejoras laborales en la escuela Santa María de Iquique. Con esta falacia, la
derecha congela la historia, y haciéndose propicia víctima, se opone a los
cambios, aún en un contexto donde el desarrollo de avanzados criterios
filosóficos, fueron poco a poco expurgando los prejuicios que los frenaban. En
los sesenta, la Humanidad
se debatía en una lucha cruenta por la libertad y el desarrollo de los pueblos,
en múltiples escenarios, como la guerra del Vietnam, la revolución cubana, la
revolución de las flores en Francia y los movimientos estudiantiles europeos,
que exigían más participación, más derechos y libertades. En el caso chileno,
la corriente de transformaciones fluía desde los partidos del centro y de la
izquierda. Léase Partido Demócrata Cristiano y partidos Socialista y Comunista
que intentaron introducir los cambios por la vía democrática.
Cambios profundos, que como la reforma Agraria durante el
gobierno de Frei Montalva, recibió el rechazo cerrado y violento de la
derecha. Ahora, en cuanto a los próceres que el destino de la Nación instaló en el
gobierno, se puede sostener que la figura de Allende, epígono de la tragedia
chilena, nunca representó la heredad política de Stalin, como lo insinúa la
derecha, ni remotamente. Tampoco representaba el comunismo en la polaridad
fascismo y comunismo; por el contrario, representaba a las masas democráticas
en la antítesis capitalismo v/s socialismo. Por ello, resulta
asaz interesante, abocarse a la reflexión de Herman Hesse sobre esta polaridad.
En carta al señor R.H., de Munich, el 3 de febrero de 1950, refiriéndose al
tema del nacional-socialismo y al terror rojo, manifiesta: “Todos nosotros, los
que sobresalimos por un grado del nivel medio de la gente, aborrecemos el
terror en cualquiera de sus formas y en cualquiera de sus formas abominamos de
la dominación violenta del hombre; pero, no obstante, no debemos arrojar en un
mismo cajón a Hitler y a Stalin, o mejor dicho, al fascismo y al comunismo. El
ensayo fascista es retrógrado, inútil, insensato y vil; el intento comunista,
empero, es un ensayo que la
Humanidad debía llevar a cabo y que pese a su triste
aferramiento a lo inhumano, habrá de ser realizado una y otra vez, no para
llevar a término la necia dictadura del proletariado, sino algo semejante a la
justicia y la fraternidad entre burguesía y proletariado.” (1) Y no se trata
aquí de una opinión sesgada, puesto que Hesse era radicalmente opuesto a toda
clase de violencia política que pretendiera arrasar con la democracia, de
hecho, fue puesto fuera de la ley durante la dictadura de Hitler. Así, Hesse no
se equivoca, y produce un singular acierto de comprensión filosófica y política
para las generaciones actuales. Y de paso nos aclara que la mayor y más cruel
de las violencias, es la que nace del odio irresponsable que degrada la
verdadera convivencia democrática.
(1) Cartas. Hermann Hesse. Obras completas t. IV,
ediciones Aguilar, col. Premios Nobel, 1967, pág.752.
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