La Patata Tórrida


¿PUEDE HABER EN EL MUNDO ALGO MÁS DESPRECIABLE QUE LA ELOCUENCIA DE UN HOMBRE QUE NO DICE LA VERDAD?
Thomas Carlyle


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lunes, 14 de febrero de 2011

Charles Dickens y la estatua que no quería.


Charles Dickens dejó muy claro, antes de su muerte que las estatuas en recuerdo de grandes personalidades le parecían “abominables” y pidió expresamente que nunca se erigiera una en su memoria. En carta fechada en 1864 dice que sentía “escalofríos ante la idea de una estatua o de un grabado” con su imagen. Cosa extraña si recordamos que en vida se hizo retratar por Maclise a los 27 años. Este retrato se encuentra en la National Portrait  Gallery, y habla a las claras de que Dickens carecía de alguna especie de fobia icónica. Por tanto, se podría especular que, atendiendo a su espíritu expansivo y alegre, su pathos correspondía plenamente a la de un biófilo sin concesiones, enemigo declarado de lo inanimado y lo inorgánico…. ¡y qué más inorgánico e inerte que una estatua! Para mayor abundamiento, en su testamento de 1869, escrito un año antes de su muerte, fue tajante: “Pido a mis amigos que eviten que yo sea el protagonista de cualquier tipo de monumento o placa conmemorativa en ningún lugar”. Sorprendentemente, y contrario a sus deseos, el Ayuntamiento de Portsmouth, en el condado de Hampshire (Sur de Inglaterra), donde nació el escritor, proyecta inaugurar una estatua en su honor el 7 de febrero de 2012, cuando se cumplirán 200 años de su nacimiento.
En vista de la controversia generada por esta decisión, no sería inocente abstraernos del fondo de la cuestión –que es económica- y reparar, como buenos lectores y admiradores de Charles Dickens, en las razones que lo habrían llevado a tal renunciamiento, y cómo y cuándo se habría gestado en la mente del autor. Tal vez la explicación yazga en su propia obra que, no es sino, el resultado de los espectros que lo acompañaron en el trayecto de su vida. Como un hecho crucial: el haber presenciado la muerte de su cuñada Mary Hogarth (a quien amaba verdaderamente)  y ver su cadáver frío e inmóvil durante suficiente rato, como para extraerle un anillo de una de sus manos, y conservarlo en la suya hasta su propia muerte. Esto lleva a pensar que, no podía menos que rechazar de plano, la atroz circunstancia de verse convertido para la posteridad en una figura de granito, fría e inerme, más allá del tiempo. Porque ¿qué es sino una estatua? Simplemente, la representación más fuerte del poder de un hombre famoso, en un momento de la Historia de la cultura; probablemente desconocido y extraño para la masa ciudadana a la vuelta de cientos de años; cuya sombra es capaz de menguar la autoestima del hombre común, en alguna esquina de una gran ciudad. Es sugestiva su democrática frase: Hay grandes hombres que hacen a todos los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes.

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